Dos mil años, varias guerras, sequías y remojadas, mociones y sucesiones la contemplan.
Fueros, constituciones, pronunciamientos y trincheras.
Y nunca tan distinguida y viva como acariciada por Rosa.
Formó parte de la continuidad de árboles por los que podía saltar una ardilla entre Canfranc y Gibraltar.
Hoy molesta y empaña la perspectiva, convertida en el cercado mineral de los nuevos gigantes y molinos.
A Aragón que la ha santificado, parece molestarle.
Que la conviertan en el Coro de la Seo o en un laúd que baje el vino de Marcial hasta Tarraco.
Que la boten de allí por faltarle interés general.
Que cualquier vector de cobre le sea preferente.
Nota.: La autora es Rosa Anía