Algunas veces hablo de la poca distancia que hay entre el Arte Infantil, Art Brut —y daría igual la edad de los niños— y el Arte adulto de ciertos artistas, que parecen volver a sus inicios. Es un recorrido mental curioso como poco. De ida y vuelta a la hora de crear y expresarse.
Los niños, los seres humanos en nuestros inicios, además de tener grandes deseos de pintar, de expresarnos con nuestros dibujos como elementos mucho más sencillos que la propia escritura, tendemos a simplificar lo que vemos, lo que nuestra memoria retiene.
Ese ejercicio se pierde ya de adultos, queremos fotografiar con nuestras manos como si eso y solo eso fuera lo correcto, reflejar lo que de verdad vemos. ¿Lo que vemos es lo real?
Y algunos artistas vuelven a sus inicios, como apuntaba antes, acudiendo a buscar la simplificación, las miradas primitivas de los objetos.
Entre estas vacas y este paisaje completo de un niño sin estudios artísticos, sin herramientas ni técnicas artísticas, sin conocimientos de perspectiva, de encuadres, de contrapesado…, y lo que luego hacen artistas como Miró, Picasso, Barceló, etc. no hay tanta distancia.
La hay en su finalización, en sus propias técnicas ya depuradas y que complementen la idea artística, pero no tanto en ese propia idea de simplificación, de abstracción mental, de surrealismo de ideas que son como cada uno quiere que sean, como cada persona ya adulto quiero reencontrarse.