El Arte va de impresionar. Este Demonio del siglo XIV iba de impresionar a los ciudadanos para explicarles de qué iba el Infierno y por ello su contrapunto, el Cielo; el Bien y el Mal. Y como explicarlo no era sencillo lo pintaban en las paredes para que los paseantes de aquellas calles lo vieran muchas veces y entendieran mejor que el Mal existe.
Realmente el Mal existe desde hace miles de años, de antes de ese siglo XIV, pero casi nunca viene en forma de Demonio con cuernos y de lengua roja y afilada. Los Demonios reales suelen ser mucho más parecidos a nosotros.
El Arte nace para explicar lo inexplicable.
Y es posible que sigamos en la misma tesitura. Lo que no es sencillo de entender lo convertimos en Arte, y así logramos que sigamos sin entenderlo, pero al menos es bello, es bonito.
En realidad la abstracción bebe muchas veces de lo habitual, de la naturaleza, de lo que hemos visto millones de veces de una manera. Pero claro, los pintores que se acercan a la abstracción en cualquiera de sus vertientes, han querido optar por lo fácil.
Han simplificado lo habitual, y lo han hecho tanto… tanto… que han logrado lo maravilloso. Que aquello que era habitual por haberlo visto miles de veces, se nos convierta en inexplicable.
Han ido reduciendo todo lo habitual a base de simplificar lo que vemos de forma asidua, hasta convertirlo en algo nuevo, tan poco natural que no lo reconocemos, no lo entendemos. Pero está allí dentro.
¿Es qué es fácil entender una flor?
Piensa un momento. Te traes a un ser vivo desde un planeta lejanos, de no sé, miles de años luz en donde todo sea diferente. Él será diferente.
Y enséñale una flor, un clavel, una rosa. ¿Le parecerá sencillo de entender? Seguramente no, verá color, formas que no entenderá, verá algo muy complejo y con una utilidad muy relativa, y dudará de su uso. ¿Para qué sirve una flor? se preguntará.
¿Para qué sirve el demonio que vemos arriba, si ya sabemos que no existe?