Dentro ya no hay nadie. Pero hubo alguien. Una persona. Posiblemente como tú. O como yo. Una persona viva y a la vez una persona muerta. Un comunista o un socialista. O un gitano o un homosexual. Pero entonces era un simple número.
Lo sabemos, sí. Se diferenciaban por el color del distintivo. Este era rojo. Un candidato a morir por ser comunista teórico.
Un comunista o un socialista rojo en el campo de exterminio de Sachsenhausen.Sería una ropa ocupada por uno de los 30.000 asesinados cerca de Berlín simplemente por tener ideas.
Pudo ser incluso el traje de algún prisionero español, no lo sabemos, pero allí, entre ese bosque que hoy sigue existiendo para revolver tripas, había varios cientos de conciudadanos españoles y entre ellos Francisco Largo Caballero, un presidente socialista enfermo al que Franco, ese señor bajito, mandó guardar allí pero no matarlo.
Sólo sufrirlo. Hacerle sufrir. Saber él, el dictador, que lo estaba haciendo sufrir.