Paseando por Anzánigo me encontré estas heridas en la madera. Lógico, pensé, son los años. Y sí, eran los años, y los tiempos. Hoy ya nada dura tanto como estas maderas heridas.
Seguramente nadie contempla ya estas maderas con la misma miradas que nosotros. Ni el dueño existe, ni los pasajeros de sus calles van a mirar nunca estos bocados tontos.
Pertenecen al pasado aunque estén en el presente, mostrando heridas y amor entre la madera y el hierro. Pero pocos se quedarán mirando estos detalles y encuadres.
Permanecen para cerrar puertas y para que curiosos de los raro como nosotros, nos quedemos mirando lo habitual para los mayores de edad.