Volver al teatro como espectador tras unos meses apagado, es volver a la vida, es reencontrarte otra vez con el Arte más vivo, más presencial, una de las formas más antiguas de crear Arte y de vivirlo y compartirlo. Estuve viendo Tartufo de Moliere, interpretado entre otros por Pepe Viyuela, una readaptación del clásico que conserva perfectamente la historia, que se mueve en una modernidad muy bien estructurada, nada aburrida, y aunque mantiene el verso en sus textos clásicos, sabe jugar con los espectadores y llevarnos a su punto de vista actualizado.
El trabajo de Pepe Viyuela es muy bueno, alejado de histrionismos, el de María Rivera es —dentro de su papel menor— un trabajo muy bueno, dentro de una decoración muy bien elegida con algunos pequeños defectos en el sonido, sin ninguna importancia.
Quiero destacar una pregunta con su respuesta de la obra de ayer por su contenido básico en la obra y en lo que representamos todos en esta vida. La respuesta no es del todo correcta por su tamaño, pero posiblemente lo es por su clave.
—¿Pero quién es Tartufo realmente?
—Tartufo somos todos.