Uno se debe preguntar a veces para qué sirven las puertas que no cierran, que no se abren con suavidad, que no sirven para su cometido.
Las personas estamos para hacer agradable la vida a los demás, a los que nos rodean. Si no servimos para eso, no merecemos estar gestionando entre las personas.
Una persona raída, sucia de escamas violentas, carcomida por los odios y las malas babas, no debe estar ni para abrir ni para cerrar puertas.
Los torpes sociales deben estar enterrados en los barros, para que los podamos observar con suavidad, antes de tropezar con ellos y caernos al mismo fango.
Las puertas rotas hay que arreglarlas. Y si es imposible, hay que cambiarlas por otras.