Aquella mañana de sol suave hacía frío y quería estropearse por la tarde con alguna borrasca nueva.
Tal vez por eso la gaviota sabía que los tiempos no eran tantos y que tenía que aprovechar para engañarme un poco.
Se me acercó lo suficiente para que fuera obligado tener que hacer la fotografía, no me cabía otra opción que hacerle caso y quedarme prendado de su mirada de ojo abierto.
Era un blanco brillando superior al que vemos en la imagen. Y la mezcla difusa del rojo con el amarillo atrapa a cualquier observante.
Al final le dimos una galleta desmenuzada y entonces sí, se acercó lentamente de nuevo hacia nosotros y se cobró su precio por posar.
Lo uno por lo otro.
Intercambio de favores.