El artista estadounidense John Baldessari (uno de los fundadores del arte conceptual y presente en una muestra antológica del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), nos entrega una dosis de lucidez repartida por todo el mundo.
Esta píldora de la felicidad consiste en decirnos de entrada que… —como él declara— todo y nada es arte.
Actualmente, sólo en Madrid (2010), se encuentra exponiendo Miquel Barceló en CaixaForum, impresionistas y no impresionistas en Mapfre, el vorticista Wyndham Lewis en Banca March, exposiciones en Bellas Artes, en La Casa Encendida, en las cien galerías del Consorcio, etc. Pero, además, la próxima semana abre Arco y tres ferias paralelas más en ascensión.
O podemos hacer caso a esta otra frases de que… "Arte es aquello que dicen que es arte los artistas" (E. H. Gombrich).
Las obras se ven, se huelen, se admiran, se escudriñan o se pasa de largo. No pasa nada.
Harto de la disquisición entre arte y no arte, "intenté" —dice Baldessari— "ser un no-artista". Intentó, a lo largo de sus ocho décadas, desprenderse de esa cruz.
Los artistas, adorados tras la Ilustración, fueron tenidos por "creadores", a imagen y semejanza de Dios. O de Cristo, su Hijo: se crucificaban, enfermaban, morían jóvenes y dignificaban a la Humanidad mediante la inmolación de sus vidas desgarradas que sufrían para salvarnos.
Casi todos los santos que abatió la razón ilustrada fueron reemplazados por figuras encarnadas en artistas: santos laicos, sujetos de diferentes servicios y de asombrosa inspiración.
Mientras la mayoría de los mortales iban a trabajar, ellos se dirigían a crear; mientras los mas notables de los demás trabajadores tenían sólo ideas, ellos recibían la inspiración.
En consecuencia, el artista ha sido apreciado en la antigüedad como un ser elegido y excepcional cuyas prerrogativas divinas llegaron junto a pesados deberes, unos referidos a la exigencia interior de la obra y otros, respecto a la crítica.
Harto, John Baldessari decidió salir de esta tabarra y hacerse un "no-artista". Muchos otros han aspirado a esta sana condición y, con el declive de la modernidad, pintores, escultores, instaladores, performadores, han pedido desesperadamente ser tratados como un trabajador más.
Es el caso que contaba Susan Sontag de Wim Wenders cuando ella —tan europea— le preguntó, en Los Ángeles, qué hacía un gran director alemán en un lugar inculto.
A lo que Wenders respondió: "¡No sabe usted qué alivio es encontrarse en un sitio sin cultura!".
Los europeos, y tanto más cuanto más "ilustrados" creen ser, han soportado esta feligresía cultural dentro de la cual era preciso distinguir entre el arte y el no arte, entre la culta y la inculta novela, entre el verdadero artista y el impostor.
Ser culto conllevaba prestar culto al autor pero, además, una vigilancia sobre los camuflados, una fina preparación gastronómica (tener buen gusto) y, finalmente, manejar un lenguaje lo bastante oscuro (¿oculto?) para referirse al creador. Una tarea, en fin, de esclavos.
Actualmente, sólo en Madrid (2010), se encuentra exponiendo Miquel Barceló en CaixaForum, impresionistas y no impresionistas en Mapfre, el vorticista Wyndham Lewis en Banca March, exposiciones en Bellas Artes, en La Casa Encendida, en las cien galerías del Consorcio, etc. Pero, además, la próxima semana abre Arco y tres ferias paralelas más en ascensión.
La pregunta es si no estaremos cayendo en la actualidad, sea bueno o malo, enrevesado o banal, en un simple entretenimiento audiovisual. Los artistas han dejado de ser los sagrados gurús y su tarea, liberada de la tremenda, trascendente y teologal misión de lo creativo, ha logrado por fin, el soleado universo de lo recreativo.