Soy amigo mental de los ganadores que metemos en el cajón de los perdedores, de las personas que ganan perdiendo, de los que no llegan al cielo aunque están a las puertas de él y les dejan asomarse solo un poquito para que así puedan ver que no es para tanto, que las miserias que hay dentro son como las del infierno, pero más frías, menos calientes.
Tal vez, seguro, porque yo mismo me siento así.
Máximo Huerta (Máxim para los de antes) es un ejemplo perfecto de esa alegría que ofrecen muchos de los que consideramos perdedores, pero que en realidad son los ganadores de la vida, de la verdad, del reparto sencillo y suave de la vida.
Me río de las críticas, pero no de los que critican, pues cuando no se sabe el fondo es imposible entender ni la superficie ni los brillos que ofrecen los colores. No conozco a Máximo Huerta, como es lógico, lo que no me impide tener una idea de sus trabajos, pues algunos de ellos los tengo en mi biblioteca. Él es escritor y periodista, y como Artista lo tengo que colocar aquí.
En esta imagen está en la Librería Amapolas de Madrid, siempre rodeado de libros, de instantes de café, de sonrisas que nos comparte. Le doy las gracias. Le gusta su trabajo a mi esposa y eso para mí —el que logre hacerle cambiar las sonrisas— es ya un lujo para cualquiera que ama a su pareja.