Ante las formas del pan recién hecho solo tenemos deseo de morder. Sentir el crujiente natural y siempre recordado de nuestra infancia.
El pan de la infancia no tenía sabor, pero casi siempre crujía de tierno o se quedaba duramente esponjoso si era de días.
A veces los coscurros contenían vino tinto, con o sin azúcar, que era la merienda de los pobres.