Hoy publica el diario El País un extracto de un diario que escribió en Roma durante el año 1952 el actor Fernando Fernán Gómez mientras estaba rodando allí la película "La Conciencia Acusa" en la que hacía de jesuita.
Dejo abajo esta parte seleccionada de su diario pues me parece aclaradora de lo que nos sucede a veces a los que nos dedicamos a crear algo de Arte en algunos tiempos de nuestra vida.
Dudamos, constantemente dudamos de lo que hacemos, pues crear es algo muy raro, no hay constancia clara de que sirva para algo, de que pueda gustar hasta pasado un buen tiempo, de que tenga sentido lo que hacemos.
7 de junio de 1952
Ya voy viendo en qué consiste el estado de ánimo de mi joven jesuita. Como siempre, le sucede lo mismo que a mí. El joven jesuita quiere abandonar el convento, pero no está muy seguro de quererlo. ¿No pienso yo lo mismo hace más de un año respecto a mi profesión y cada vez más intensamente? El joven jesuita no comprende claramente para qué sirve; sospecha que no sirve para nada. ¿Acaso no sospecho yo lo mismo cuando reflexiono sobre la estupidez de mi trabajo y la insulsez de mi vida cotidiana? ¿No he estado yo tentado, estos últimos meses, de abandonarlo todo, incluso mi trabajo y mi familia? El jesuita se siente incapacitado para el trabajo que de él se espera, exactamente como me siento incapacitado yo. Pero piensa si esto no será una disculpa que le presente al demonio para incitarle a satisfacer su ansia de mundo. Confunde el deseo con la disculpa. La disculpa con el deseo. Yo entiendo muy bien lo que es eso. Y uno, en esa crisis, está en el centro del miedo, y es miedo lo que se siente al aceptar un nuevo contrato que le liga a la estupidez por dos interminables meses y es miedo lo que se siente cuando se rechaza el contrato. Me he levantado y he ido de uno a otro de los dos turbios espejos: el del armario y el del lavabo. El jesuita joven, al atravesar su crisis, tendría así las cejas, angustiadamente caídas, y las vigilias le habrían sumido los ojos en las cuencas, como a mí, y tendría la mandíbula débil y afilada. Todo esto me pone muy contento. He escrito hoy el diario muy de prisa y ahora estoy sonriendo casi con picardía, con la picardía de quien ha descubierto el truco que estaba buscando. Me parece que voy a dormir de un tirón.
7 de junio de 1952
Ya voy viendo en qué consiste el estado de ánimo de mi joven jesuita. Como siempre, le sucede lo mismo que a mí. El joven jesuita quiere abandonar el convento, pero no está muy seguro de quererlo. ¿No pienso yo lo mismo hace más de un año respecto a mi profesión y cada vez más intensamente? El joven jesuita no comprende claramente para qué sirve; sospecha que no sirve para nada. ¿Acaso no sospecho yo lo mismo cuando reflexiono sobre la estupidez de mi trabajo y la insulsez de mi vida cotidiana? ¿No he estado yo tentado, estos últimos meses, de abandonarlo todo, incluso mi trabajo y mi familia? El jesuita se siente incapacitado para el trabajo que de él se espera, exactamente como me siento incapacitado yo. Pero piensa si esto no será una disculpa que le presente al demonio para incitarle a satisfacer su ansia de mundo. Confunde el deseo con la disculpa. La disculpa con el deseo. Yo entiendo muy bien lo que es eso. Y uno, en esa crisis, está en el centro del miedo, y es miedo lo que se siente al aceptar un nuevo contrato que le liga a la estupidez por dos interminables meses y es miedo lo que se siente cuando se rechaza el contrato. Me he levantado y he ido de uno a otro de los dos turbios espejos: el del armario y el del lavabo. El jesuita joven, al atravesar su crisis, tendría así las cejas, angustiadamente caídas, y las vigilias le habrían sumido los ojos en las cuencas, como a mí, y tendría la mandíbula débil y afilada. Todo esto me pone muy contento. He escrito hoy el diario muy de prisa y ahora estoy sonriendo casi con picardía, con la picardía de quien ha descubierto el truco que estaba buscando. Me parece que voy a dormir de un tirón.