La normalidad es a veces algo poco habitual. No nos asomamos al abismo de la bobería si nos acercamos a la piel de un árbol y observamos sus rugosidades. Pero no lo hacemos nunca, no nos vayan a ver.
Este piel se parece a la mía, ya tan mayor que los granos que le salen no los quiere ver ni el médico pues enseguida les pone el apellido de "la vejez".
Los viejos somos un poco material de desecho, pero nos mantienen en danza por diversos motivos, siempre que no estorbemos mucho. Uno de ellos es que les resultamos raros y curiosos si no hablamos mucho, pues entonces ya… somos unos pesados.
Mientras todo esto sucede nos vamos riendo pero solo por dentro para no molestar. Darnos cuenta de todo es uno de los males de la edad, que tenemos que acompañar del silencio.