Un domingo como otro cualquiera estuve hace unos pocos años de visita en el Museo del Prado de Madrid. He vuelto en esta pandemia a revisar con más calma algunas obras. Tenemos que empezar a plantearnos muchas cosas sobre el papel de los museos importantes en este Siglo XXI que ya no es tan nuevo.
Una de ellas es la masificación de las visitas. Brutal estar todo el rato en un ambiente pesadísimo y húmedo a varias decenas de personas a menos de un metro de las "Majas" de Goya. Son obras únicas que deben verse también dentro de cuatro siglos, de diez siglos.
En estos momentos hay técnicas perfectas para poder mostrar las obras únicas en unas condiciones seguras e incluso con más calidad para el visitante turístico o neófito. Hay que replantearse todo el concepto de visita del espectador.
Podemos mostrar menos obra o mostrarle de otra manera.
Podemos mostrar reproducciones con trabajos didácticos, con ampliaciones perfectas de los detalles de las grandes obras. Todos queremos tener la obra delante de nosotros, la auténtica y no una copia, pero eso es un riesgo que hay que repensar.
No es lógico soportar ambientes muy cargados de centenares de personas todos los días observando un cuadro único que merece un respeto máximo. No es nuestro, es de todos incluidos los que nacerán dentro de unos siglos.
Algo hay que hacer. Y no sólo en el Prado, sino en todos los museos del mundo con obra pictórica única e irreemplazable. Y hoy hay técnicas que permiten cambios profundos en las formas de mostrar las obras. Cuando observo de qué manera hay que contemplar hoy La Gioconda o Monna Lisa y de qué manera la pude ver yo hace solo 30 años, me entra la duda de si no nos estaremos equivocando todos, incluidos los que vamos a ver y disfrutar.