Todo se volvió gris, apagado. Se había escapado la luz.
Quedaron flotando los grises, los ocres tostados, algunos verdes botella, los amarillos sucios y el negro.
Siempre el negro queriendo taparlo todo.
Y nos fuimos encogiendo sobre nosotras mismas, esperando al viento. Pero no vino.
Nunca caímos al pudridero y nos mantuvimos como erguidas, creyendo que estábamos vivas.
Un golpe de agua de verano nos hizo caer pero antes de llegar al suelo, ya estábamos polvo.