Una hermosa obra que engrandecía el propio Museo que la demostraba y que ahora se va por lógica, aunque no nos guste absolutamente nada. A partir de esta reliadad unida a la clásica de la propia seguridad y la conservación, cabe preguntarse algunas cosas, sin respuesta fácil.
¿Tiene que ser solo la propia presencia física de una obra la que se muestre al público que acude a un Museo?
Esta pregunta esconde numerosas dudas y reflexiones tremendas. ¿Es lógico tener una Gran Obra expuesta a la mirada de cientos de personas a través de un cristal? ¿No sería más lógico tenerla en una sola sala con un trabajo pedagógico a su alrededor, pero no la auténtica, sino una copia digital en altísima resolución con varias secciones de detalles, que complementen la obra, y poderla ver de cerca, y no de lejos, y poderla fotografiar si se quiere tener una muestra digital en tu casa?
La propia obra de Gauguin de la que hablamos podría seguir estando colgada en el Museo de forma digital. Es verdad que eso le restaría mucho valor en una subasta al original, pues quien la compre quiere poseer los derechos de imagen, de uso, y de exclusividad. Pero todo es negociable.
¿Debe tener una obra importante para la cultura de la Humanidad, —sea la que sea— derechos de imagen que no sean públicos para su observación y uso de copia sin ánimo de lucro?
Otra cosa es que alguien se quiera lucrar con una obra que no es suya. Pero… ¿contemplarla en cualquiera de sus formatos o maneras?