El grito de vida se le escapó tumbado en el suelo, mientras le reanimaban los que no se conocían.
Vecinos de calle le miraban con estómago encogido,
mientras el silencio se ocupaba en tapar la hierba.
Su grueso cuerpo destapado se movía acompasado,
por los movimientos espasmódicos de un joven doctor agotado.
Ni los coches de policía que llegaban,
pusieron las sirenas para no molestar al silencio.
No se entendía nada,
no se vislumbraba la fina línea entre la vida y la muerte,
pero estaba escondida entre el silencio y el temor,
entre el suelo y el cielo,
entre los intentos y los deseos.
No supe el final.