Recuerdo que el conserje de este espacio nos trató mal, la verdad, en una mañana de lluvia en las afueras de un querida ciudad de interior.
Era el exterior de un museo privado de arte contemporáneo pero abierto al público, donde llegamos unos 15 minutos antes de abrir.
Aquel señor vestido de “uniforme bonito” se creía el dueño de todo aquello y con un frío y aire de los de tumbar mientras un agua a velocidad de cierzo atacaba la cara, nos exigía estar en la carretera por donde se entraba al museo, en vez de acogernos al abrigo de un simple alero bajo un edificio de la fábrica para evitar el frío y el agua.
Tuve que optar entre obedecerle o hacerme el idiota. De pequeño hice teatro y me gustaba desobedecer al director.