Tres árboles de Madrid con color me obligaron a mirarlos, tomaron prestada la mirada de mis ojos en aquella tarde ya tarde y se me llevaron hacia ellos.
No supe negarme, no pudo seguir recto con mi rostro de paseante tonto.
Los miré, me miraron y quedamos en intercambiar detalles.
Yo me los llevé con mi cámara y ellos se quedaron contentos. ¿Y el tercero?