No tenía un cordel blanco pero até una bufanda olvidada en el puente de las cadenas y pude respirar alivia.
Cada diez minutos me preguntabas la hora y yo abría el reloj que colgaba en mi cuello, no me importaba, el tiempo es infinito.
Son las seis de la tarde, a esa misma hora los enterraron, no ponen flores sólo piedritas una al lado de la otra. Las toqué todas.
Cristina Pola