Me dijeron que era el Atlántico, bronco y duro, frío y eterno, lleno y raro por su sonido poco afinado.
Yo me lo quedé mirando y soñé con ver la Estatua de la Libertad a lo lejos, pero no estaba.
No, no, es que no estaba, no que no fuera capaz de verla. Que no estaba.
Incluso es posible que nunca haya estado al otro lado.
Miré la arena y la vi llena de pequeñas conchas rotas, arena repleta de cadáveres marinos que habían gozado también, como yo, soñando en ver la libertad.
Pero la libertad no se puede ver, tan solo sentir.
Así que me use a correr por la orilla, jugando al pilla pilla con el agua y en ese momento si que ví la Estatua de la Libertad.
Era mi sombra.