Ayer Notre Dame de París se volvió negra, y en una semejanza a las Torres Gemelas de New York asistimos incrédulos a la imagen de la caída de la torre más alta, de la aguja que representa el icono del desastre.
Tal vez sea un buen momento para replantearnos qué hacer, de quién debe ser, qué tipo de conservación y de muestra debemos tener con nuestra historia en relieve, con nuestras obras de arte.
Las tecnologías actuales ya posibilitan no tener que estar viendo Altamira para sentirnos dentro y observando la cueva de Altamira pintada para ellos y no para nosotros.
Tal vez haya que preguntarse (y responderse) si las obras más emblemáticas del arte histórico de todo tipo no deberían conservarse de otra forma, mostrarse de otra manera en vez de colgadas en las paredes de un edificio lleno de personas.