Un lienzo en blanco. O un papel, una pared, un espacio, una partitura, un escenario, un vacío.
Un pigmento. Un sonido, unos gestos, unas voces, un grito, algo que ensucie o deje su trazo, un barro o un metal, luz u oscuridad.
Una herramienta para depositar el pigmento en el lienzo. Un pincel, un dedo, la garganta, un lápiz, un spray, una esponja, el propio cuerpo, un bolígrafo, el ordenador, las manos, una cámara oscura.
Una persona que quiera crear y tenga ganas de mostrar sus ideas. Un artista que necesite trasmitir e interactuar con los elementos anteriores. Que sepa mirar y captar ideas que considera nuevas e interesantes.
Un mensaje, una idea, un sueño. Unos sonidos o movimientos o textos que conformen una historia, un proyecto. Una formación teórica que contenga dentro una manipulación plástica formada, capaz de crear ideas que no existían antes de la misma manera. Es posible que ya no haya nada nuevo que contar, pero seguro que hay nuevas formas de hacerlo. Es posible que no haya conceptos o bellezas por descubrir, pero sí hay nuevas maneras de gritar, de transmitir sonidos o formas, párrafos o personajes, movimientos o estructuras, volúmenes, sombras y luces.
Espectadores. Sin nadie que contemple, odie o goce, observe, critique o sienta indiferencia..., nada de lo creado serviría para nada. No tendría sentido si no fuera para transmitir y para ello necesitas receptores. No compradores, ni poseedores, pues el ARTE no se puede comprar ni vender, si acaso los productos artísticos. Pero el arte almacenado o escondido, por ejemplo, ya no es arte. Le faltaría el componente de la vida que da el espectador.
Seis elementos imprescindibles para crear arte, para que lo creado tenga sentido. Todos son igual de importantes, pues si falta uno, se cae el edificio al completo.