Le debo una visita a Transilvania y Bucarest. Como también se las debo a Medellín, Dakar, Orán o Quito. No son paraísos precisamente, pero sí que son los lugares de origen de muchos convecinos nuestros.
He visto sus caras de ojos vidriados cuando les he preguntado por ellos en Delicias, he compartido ese no viaje que constituye su único viaje y para el que necesitan 5.000 rabiosos euros de Cofidís prostitución.
El que hacen para que sus propias familias les sangren, sin ponerse en su lugar de nacidos en tierra caliente. En Mercazaragoza a las 4 de la mañana, sabañones en el alma y la decisión siempre a punto de tomar de volver a la Chinandega de la violencia mara-sandinista.
Son los paraísos que quiero visitar, los que he visto a través de los ojos de esa gente emigrada. Cantón, Ciudad de Panamá, Sinaloa… como también Torrecilla del Rebollar, Langa del Castillo o Berlanga de Duero.
Quizá comience entonces por Rumanía, para que no quiten el vuelo directo a Cluj-Napoca y Bucarest.
Puede que vaya en bucle, entrando por un sitio y saliendo por otro. Dejándome Timisoara, de donde era la bellísima rumana con pómulos tártaro magiares Ana, que me ponía excelentes cafés en inglés. A la que regalé las obras completas de Shakespeare y se echó a llorar de impotencia por los pasos enormes atrás que estaba dando. Pero quien tiene retiene.
Le debo ese viaje a Dacia, por mi enorme querencia a Cioran, uno de mis autores favoritos. Porque reviso Mircea Eliade como escritor de sangre. Porque adoro a la poetisa de Sibiu, Herta Müller…
También porque ya no me molesta e incluso me atraen las incisiones que el brutalismo de Ciauciescu causó a la París del Este, al casco urbano de Bucarest. Ciudad antes planificada modo Viena y llena de una brillantísima comunidad musical judía.
Esas contradicciones son vida, pertenecen también a la historia de Zaragoza –apertura de la Plaza del Pilar y San Vicente de Paúl en fechas recientes-.
A diferencia de la brillante iniciativa Asalto, tanto Detroit como Bucarest son las dos capitales del arte urbano mundial porque tiene sentido.
Le debo ese viaje a Dacia, por mi enorme querencia a Cioran, uno de mis autores favoritos. Porque reviso Mircea Eliade como escritor de sangre. Porque adoro a la poetisa de Sibiu, Herta Müller…
También porque ya no me molesta e incluso me atraen las incisiones que el brutalismo de Ciauciescu causó a la París del Este, al casco urbano de Bucarest. Ciudad antes planificada modo Viena y llena de una brillantísima comunidad musical judía.
Esas contradicciones son vida, pertenecen también a la historia de Zaragoza –apertura de la Plaza del Pilar y San Vicente de Paúl en fechas recientes-.
A diferencia de la brillante iniciativa Asalto, tanto Detroit como Bucarest son las dos capitales del arte urbano mundial porque tiene sentido.
Porque precisamente denuncian las heridas de dicho brutalismo, en vida pública evidentes convirtiéndola en un lamento poético de vida privada. En la honda del insomnio de Cioran y la poesía de Hertha, tan cerca a la Ajmátova.
Los alemanes del Bánato pasaron a ser, obviamente, los malos. El abuelo de Niko luchando para Hitler en Georgia… Abrid las orejas, son historias que están enriqueciendo Aragón.
23/01 Luis Iribarren
Los alemanes del Bánato pasaron a ser, obviamente, los malos. El abuelo de Niko luchando para Hitler en Georgia… Abrid las orejas, son historias que están enriqueciendo Aragón.
23/01 Luis Iribarren