Europa no presenta un frente común ante los impuestos de búsquedas o compras producidas en Europa pero facturadas fuera, y Estados Unidos contraataca con inquina de nuevo rico, sin memoria histórica pues la evitan como lastre.
En su guerra arancelaria planetaria de golfos, acusa al viejo continente con su Mercado Común imperfecto de cintura dura, de no adaptarse a los nuevos yacimientos tecnológicos, que la nube de por sí debe operar como paraíso fiscal.
Una nueva sacudida tiene como epicentro cualquier capital, que no se comporta como la capital de un Estado americano. Unos a favor, otros en contra de gravar… Los que sí, amparados en que las instituciones se maceran, en que el diálogo democrático de por sí tiene un swing y ritmo lento pero necesario, no de dominador a consumidor por adhesión.
La acusación de que Europa va camino de ser un casino-parque temático está allí, la guerra económica ya se libra lejos con epicentro Pacífico sin resistencia celtic.
Es posible que debido a que las instituciones de Bruselas y sobre todo Frankfurt desde un primer momento renunciaron a la senda emprendida ni siquiera por los jacobinos, sino directamente por el Napoleón codificador.
Los tribunales europeos han dictado una abundantísima jurisprudencia sobre cómo los contratos de trabajo, si se foralizan, atentan contra la libre circulación. No han dicho ni una palabrani ha habido suficiente presión para la exigencia de un mismo valor del euro en cada bolsillo europeo, acerca de la definición de qué es una moneda fuerte o débil, como tampoco para el logro de un tratamiento de la extranjería y de los derechos sociales uniforme.
Un Estatuto de los Trabajadores a escala planetaria frenaría la partida de ping-pong que ha arrasado con el pequeño comercio, al que al mismo tiempo se subvenciona para que sus antiguos consumidores solo vayan a probarse tallas y mantener los bares de tapas, patrimonio de la deshumanización, a rebosar o desérticos.
Hay irregularidad programada y se tiene que incentivar la famosa economía de proximidad-kilómetro cero de la que se estará descojonando permanentemente Amazon.
También las historias de amor han sido y siguen siendo imposibles en nuestro continente, más por clasismo que por racismo.
En cada país o nación o federación, no solamente en Cataluña, se producen esas dos Polonias, esas dos Escocias o esas dos Padanias, porque conseguir que todos los eslavos de un coro sean rubios –dicho por un dirigente comunista en “Cold War”- sería difícil en la sociedad mestiza hacia la que el mundo se dirige en vida privada.
Es la guerra entre el material con el que nos han educado contra lo que viene:
Adquisición por usucapión entre presentes, comisión de investigación, standum est chartae, presunción de inocencia, separación de poderes, principio de buena fe, usufructo vidual, alfabeto fenicio comprimiendo en 26 signos todos los fonemas, numeración arábiga, álgebra, brújula y pagaré con fondos, la Campana de Huesca y las comisiones bancarias, dación de palabra y mano, café de abuela gitana hervido ya con azúcar, manzano abandonado
Versus
Administrador de servidor, archivo comprimido, firma digital –errónea sin repetición-, sostenibilidad asocial, impago de rescate bancario, decreto-ley negociado, separación en la Casa Real, impunidad parlamentaria, suelos regalados para Huawei y no para tí, obsolescencia programada, federalismo –como el amor- siempre asimétrico, desierto poblacional, emprendimiento, manzano de cera
El cine de Pawlikowski es lo que queda de Europa. Es la calidad que hemos descubierto que seguirá demandando un nuevo mercado chino 2.0. Del pueblo cuyo cedazo genético ha producido a Gong Li o la ópera de Pekín, que saluda al sol antes de desayunar…
Europa, gracias al director polaco sigue siendo jamón-jamón, sus imágenes son nuevas pero también una síntesis entre Wajda con guiones a la altura de “Azul” de Kieslowski, una fotografía tan especial como la de Tarkowski e incisivo como el mejor Polanski o Costa Gavras, por citar a un no eslavo. El cine español amaga con los efectos en las vidas privadas de la postguerra, los vulgariza en un paquete espúreo de paternalismo.
Pawel es el último depositario de calidad made in para la efectiva unidad europea, que él mismo denuncia involuntariamente –la mejor opción- porque siempre está lejos de producirse. A la que no podemos dar la espalda, porque afectó, afecta y afectará, rompiendo familias la falta de desarrollo de la Revolución francesa en nuestras narices de Gdansk, Sarajevo o Barcelona.
No tenemos arreglo, más que uno, no vamos en esa senda ilustrada más que para producir belleza como denuncia y que solo son gotas en una vida cotidiana siempre carpetovetónica. El sentido del humor y el agravio comparativo. La liberación del cine de Polanski o de Wilder sin sentir ese enorme peso de legado en Hollywood.
No es lo de menos ver su cine, ya que no sabemos qué hacer con el Cine Elíseos, en un espacio de ultramarinos, de boîte, de colmado y patio de butacas. que es de los pocos y el más grande comercial de la época del envidiado Café Las Vegas que queda en uso en Zaragoza.
En una de las salas del cine Palafox cuyo deambulatorio es una galería-balcón sobre el pasaje donde me quedaba detenido en las marroquinerías con guantes, foulards y mariconeras para macho alfa con perilla y bisoñé.
Precioso equipamiento de Teodoro Ríos y José de Yarza, de cuando Zaragoza se anticipó a la estética bolera americana de postguerra aquí fresca pero fría para perdedores catalíticos. De cuando aspiró a epatar a Mister Marshal y su iniciativa “privada-INI” creaba estas singulares obras de arte hoy felizmente catalogadas y salvadas del piquete, aunque no se sepa para qué uso no contemplativo.
El mural se encargó a Andrés Conejo y también es profundamente Pawlikowski en donosura y ligereza con intención. Fascinante pintor de origen toledano, siempre a vueltas con el Greco y su enorme peso hacia no abandonar y revisar la pintura figurativa que él mismo agotara o encaminara…
08/11 Luis Iribarren