Para él no era bello, era normal, habitual. Bello era para mi.
Lugar de Tronos y de luchas, de amores escondidos esperando dentro de la capa o de tertulias conspiratorias.
Sonaron las campanas y todos se movieron de su sitio. Empezaba la hora cuerda.
Por un instante me quedé solo ante el paisaje urbano y me entró miedo. ¿Qué hago yo aquí si ya no hay nadie?
Pero enseguida vinieron los técnicos y actores a salvarme del instante y me retiraron con suavidad.
Yo sobraba. Empezaba la verdad.