El cine español sólo me gusta cuando es carpetovetónico: cuando Alfredo Landa borda a un detective que podría ser tu vecino, cuando Fernán Gómez tira de celismo colmenero, cuando Agustín González es él… Cuando Carmen Sevilla o la Montiel intentan epatar sin saberlo y son más guapas, por naturales e hijas del pueblo…
También me gusta cuando es cachondo berlango, cuando deja de ser santo e inocente, cuando reproduce las mejores vanguardias pictóricas fotograma por fotograma modo Tarkowski y no lo puedes entender más que a partir de los 40, eso siempre a cargo de aragoneses.
Y quizá vaya a sorprender el orden de mis gustos: Forqué, Florián Rey, Saura y Buñuel. Los dos primeros estetas sin pretenderlo, con trucados y grotescos guiones pero modo Renoir.
Quitando eso, que tampoco es poco, el cine español sí me aburre y más el reciente, con enormes excepciones como “la Isla Mínima” grabada con luz-kodak escultórica pero borrosa a lo Bergman y excelentes interpretaciones. Cincelada, fijando para siempre en mi retina de memoria la luz de Doñana, pero viva e interesante.
Que la actriz más versátil de nuestro panorama sea Peeee me lo dice todo, lo que objetivamente tampoco se puede discutir. Al mejor Bardem lo he visto en “No es País para Viejos”, sustentada en la enormísima novela de Cormac McCarthy, mi escritor vivo favorito y el de tanta gente.
Sin embargo, a Carmelo Gómez, a Eusebio Poncela… siendo más que correctos les sobra dicción, apuntan pero les falta una miaja de naturalidad, les sobra bienquedismo y les falta maldad natural, volviendo sobre los pasos de la España garrula pero lista y, sobre todo, real en política y ¿alto? empresariado el genial Segura y el grandísimo actor de culebrones castizos Resines…
Ese gran proyecto de actriz o actor integrales a lo Nastassja Kinski-Gassman falta, nos falta también dieta mediterránea en el cine. Y los que dicen que son grandes actores teatrales, como El Brujo, pareciera que estén divorciados de dar el salto (excepto José Luis Gómez, que ha sido un gran secundario).
Porque desde Italia siempre nos empujan con cine renovado, con cine neoclásico, con directores como Moretti, los Taviani y, sobre todo, Sorrentino, que renuevan la cantera Mastroianni de actrices y actores que se atreven a todo sin complejos. Sacado del teatro a los 60, nos ha aportado al fascinante Toni Servillo, perdido en el fondo de Monte Perdido.
Quizá el proceso paralelo único haya sido tras la muerte de Terele Pávez, la mejor secundaria del cine español, la consagración de la aragonesa Luisa Gabasa como figura de una interpretación que, por experiencia, no mastica la dicción rollo Escuela de Teatro cansina.
Así que nos falta un punto, nos falta ese Servillo, nos falta una Sophie Morceau-Juliette Binoche siendo su principal aproximación la gran Victoria Abril parisienne; evidentemente nos falta un profeta que me aburre como es Branagh pero que representa toda la tradición teatral inglesa de sir Alec Guiness y que se salió de modo contenido interpretando al comisario Wallander; y nos faltan los camaleónicos protagonistas y secundarios modo Pesci o Seymour-Hoffman del cine americano.
Esos actores que, como John Malkovich, de nacer españoles podrían estar encasillados y de repente devuelven a la vida a los clásicos epistolares franceses en “Las Amistades Peligrosas” con una interpretación elegante, europea, sutil, ambigua, extraordinaria…, que ningún actor de nuestros pagos podría llevar a cabo.
Un John con su mala hostia, imaginación, turbulencia imparable, comprensión de lo peor de Europa y mirada acerada y directa, para lo que le capacita su origen croata generacional.
Quizá nos falte mezcla de sangre cultural. El camino para superarlo lo marca el cine mestizo de Iñárritu y Gael García Bernal desde DeFectuoso, el camino para superarlo lo marcan los actores teatrales argentinos incrustados en el cine de los que tiramos, con chulería y buen hacer italianos. Más que Darín, me impresinan Javier Godino y Guillermo Francella en “El Secreto de sus Ojos”. De Buenos Aires tocará hablar.
28.08 Luis Iribarren