Durante 10 días estuve comiendo debajo de este gran cuadro, un mural de unos diez metros de largo. Nos cogimos cariño ambos. Incluso creo recordar que la joven de rojo, una noche de carne asada y buen vino, me guiñó el ojo bueno. Pero aparté muy poco la mirada para observar, pues yo iba acompañado.
Nunca pude saber qué cara tenía la mujer de azul, y os juro que lo intenté. Le lanzaba leves piropos por lo bajini cuando me acercaba a ella con el plato de las croquetas, o cuando me levantaba a por el postre dulce. Pero nunca me hizo caso. Ninguno. Para mi que era la madre de la joven de rojo.