En New York junto al río tenemos una de las sedes de la ONU, rodeada de obras de arte conocidas. En Ginebra tenemos otra, con la cúpula de Miquel Barceló que representa un cielo de posibilidades. También hay en Viena y Nairobi.
Pera vayamos a la ONU de Ginebra. En la Sala de los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones podemos ver una idea del mundo representando la grandeza de un mar moviéndose sobre nuestras cabezas, llenado de color y luz el futuro que se pelea debajo de ella. Como una gran cueva donde un mar de estalactitas, de animales de colores, de luces y agua, nos vigila los movimientos.
La cúpula de Barceló no es una, sino miles. Depende del lugar desde donde la observes, de la luz, de la hora del día, de tu sensación en ese mismo momento. Es como si esa obra que está sobre nuestras cabezas se moviera con sus luces y sombras, empequeñeciendo nuestra presencia.
Todo es flexible, nada es sólido y contundente, todo se va modificando según el momento. Como las decisiones que hay que tomar debajo de la cúpula, en una metáfora del tiempo y de la importancia de los elementos y de nuestros puntos de vista.
Estamos hablando de una obra de 1.400 metros cuadrados que necesitó casi 35 toneladas de pintura y casi un año de trabajo de Barceló junto a 15 colaboradores que le ayudaban en el proceso. Inaugurada a finales del año 2008 es el cielo de los 724 compromisarios que deberían estar dentro de esa enorme habitación defendiendo a todo el mundo, con el sentido común del momento y de la humanidad.