En tiempos de censuras artísticas, algunos periodistas viejos como yo han querido quitar importancia a lo que nos sucede en España, hablando de otros ejemplos de censura artística. Por ejemplo en los EEUU y por parte de la familia Rockefeller. Las comparaciones son odiosas, más si las hacemos con un encargo privado para su enorme edificio de oficinas en New York, donde el que paga puede poner lo que le salga del bolsillo.
Diego Rivera era uno de los artistas mexicanos más conocidos internacionalmente cuando le encargaron un mural para decorar el vestíbulo del Rockefeller Center, que acababa de edificarse en el centro de Nueva York.
Diego Rivera creó un mural que llamó “El hombre en el cruce de caminos”, lleno de simbolismo, con una inspiración comunista y en el que aparecieron las imágenes de Trotsky, Lenin y Karl Marx. Todo esto pensaba instalarlo en la entrada del edificio privado de unos de los mayores íconos del capitalismo: la familia de multimillonarios Rockefeller. Pero la familia al darse cuenta de la intención solicitó al artista que reemplazara la cara de Lenin con la de un trabajador anónimo.
Rivera le contestó: Prefiero estar muerto que mutilar mi obra, pero le propongo una salida intermedia: ¿por qué no ponemos del otro lado a algún héroe de Estados Unidos y el mundo capitalista, como puede ser Abraham Lincoln? Los Rockefeller se negaron.
El mural fue terminado en el año 1933 y fue cubierto con una lona. Ocho meses después, los Rockefeller ordenaron a los obreros del edificio que destruyeran el mural, una acción que Rivera calificó como “vandalismo cultural”.
Afortunadamente, un asistente de Rivera fotografió todo el proceso de elaboración del mural y Rivera pudo usar las imágenes para repintar su obra en el Palacio de Bellas Artes, en Ciudad de México. Ahí fue renombrado como “El hombre, controlador del Universo”.