15.1.18

Rafael Guastavino, un arquitecto español en New York

Todos hemos visto en multitud de películas el reloj central que existe en la sala principal de la Grand Central Termini de New York, el edificio que se logró salvar de la matanza inmobiliaria cuando se destrozaron estaciones similares de New York como la del Pennsylvania, finalmente salvada de la picota por la intervención de Jacqueline Kennedy.

Pero mucho menos conocido es el reloj exterior, que como todo el edificio se construyó en el año 1903, con unos detalles artísticos que no deben pasar desapercibidos.

La Estación Termini impresiona por su tamaño, sus usos, y sobre todo por imaginarte nada más entrar que te has introducido en una de esas cientos de películas que has visto en tu vida. Pero hay un detalle que muy pocas personas conocen y que hay que destacar por ser un español el protagonista.

Rafael Guastavino fue un arquitecto nacido en Valencia y que ya casi con 40 años emigró a New York tras haberse hecho una cierta fama en España. Allí inventó y patentó un sistema de bóveda de ladrillo, algo que hoy conocemos todos y que aparenta ser algo muy sencillo, que que además de valerle el reconocimiento mundial le supuso unas enormes ganancias. Este sistema de construcción además de ser sencillo ofrece una gran resistencia y permite trabajar las bóvedas sin emplear madera lo que confiera mayor seguridad ante incendios y más durabilidad en el tiempo.

Las bóvedas de la Estación Grand Central Termini de New York están construidas por este arquitecto español, al que terminaron denominando “El arquitecto de New York” pues realizó con su técnica bastantes trabajos más. En la imagen inferior vemos el interior del Oyster bar dentro de la propia Grand Central Termini de New York.

Muy cerca de este famoso restaurante bar (casi en su propia puerta de entrada) se encuentra la Galería de los Susurros (fácilmente reconocible pues es un ancho pasillo de bóvedas iguales), también construida por Guastavino con los mismos tipos de bóvedas de ladrillo y donde si una persona se pone con los labios cercanos a una de las columnas de las bóvedas, y otra persona se coloca en otra columna de esas bóvedas, distanciandose varios metros uno de otro, incluso con el infernal ruido de la Grand Central Termini, lo que susurre una persona lo escucha la otra persona colocada en la otra columna, por el efecto transmisor del sonido entre los ladrillos.