El impresionismo nace en Francia a finales del siglo XIX por artistas que ya no quieren simplemente reflejar “la verdad” sino buscar que lo que ellos ofrezcan impresione a los espectadores a través de la luz, de su potencia, del color, de las pinceladas. No quieren ser “suaves” sino claramente “pintores”.
Dicen que cuando el crítico de arte Louis Leroy vió la obra de Monet que vemos arriba se quedó “impresionado” y escribió en el periódico La Charivari una crítica dura en los siguientes términos: "¿Qué representa esta pintura? Impresión! Impresión!, es lo que pone en el catálogo".
Pero en realidad estos artistas lo que buscaban era salir a la calle, ver el mundo que les rodeaba y buscar luces y colores vivos para defender sus trabajos de la competencia fotográfica. La pintura era color sin mezclar. La fotografía era gris.
Querían transmitir ideas, y deseaban incluso hacer un arte diferente pero difícil, para distanciarse de lo sencillo que parecía interpretar una fotografía. Se quería efectivamente impresionar con los nuevos modos de pintar, reinterpretar los paisajes o los momentos según la mirada del artista.
Monet expuso en 1874 junto a otros artistas nuevos (Monet, Manet, Renoir, Degas, Pissarro, Sisley y Morisot que habían iniciado un nuevo concepto de arte distinto a todos los anteriores), y entre otras varias obras, una vista del puerto de El Havre, con el sol entre las brumas del amanecer, y algunos mástiles de barcos. Era un momento de nieblas donde el sol se intuía sin brillar plenamente. Como explicaría el propio Monet más tarde:
«Me piden el título para el catálogo; la verdad es que aquello no podía titularse como una vista de El Havre. Así que contesté: “¡Pon Impresión!” De ahí se pasó a Impresionismo, y la obra quedó registrada en el catálogo como: Impresión, Sol naciente.»