Cuando intentamos explicar o incluso entender el arte contemporáneo, una de las cosas primeras que observamos es que ahora el arte no tiene por qué ser bello, y explicar esto es una cuestión compleja, pues siempre hemos defendido que como poco el arte es mostrar la belleza, ensalzar lo hermoso a través de encuadres, colores, composiciones, formas. Eso sin contar que el arte antiguo ensalzaba lo religioso, lo bueno, lo santo, lo correcto.
Ahora es casi todo lo contrario. Se ensalza la provocación, la verdad que entendemos cada uno de nosotros, y por ello lo feo, lo bruto, lo bestial, la realidad del mundo a través de interpretaciones muy personales. Si en realidad somos capaces de matarnos entre nosotros, de hacernos sufrir, ya no tiene sentido mostrarnos siempre bellos, cándidos, santos o guapos.
No tenemos virtudes suficientes como sociedad, luego no debemos pedirle al arte que las tenga. Somos violentos, incapaces, ásperos y brutos. Somos sucios, y complicados de entender, serios y egoístas. Y así es el arte contemporáneo, una demostración de lo que somos. Si un día cambiamos a mejor, sin duda el arte volverá a cambiar también con nosotros, pues el arte es simplemente una actividad humana.