Hablaba en la anterior entrada de la importancia de la comunicación y de saber elegir el enfoque, el encuadre, remarcando aquello que queremos transmitir, eligiendo nosotros como artistas de las letras o de las imágenes, el profundizar en la mirada del espectador, llevándolo con facilidad hacia lo que queremos decir, comunicar.
Os pongo ahora un ejemplo más sencillo todavía que en la entrada anterior; la figura de un Cristo yacente, muerto, a punto de ser enterrado. Una imagen muy común en el arte barroco religioso español. Pero tremendamente desconocido en muchos otros países que ven hoy este tipo de representaciones religiosas y artísticas como aberraciones, imágenes muy duras, excesivamente reales. Super realistas.
El Amado Jesucristo, de la parroquia de San José en Madrid |
Si queremos incidir más en ellos como espectadores, si esta imagen queremos que les produzca movimiento de ideas, de tripas incluso, de sensaciones, debemos remarcar más la sangre, las heridas, la muerte. Debemos acercarnos a la imagen, dar color a la sangre y quitársela a la carne, dar detalle a las heridas, intentar representar la mirada del cadáver, incluso en este caso remarcar la sangre que le sale por la comisura de los labios. Como fotógrafos sólo estamos atrapando lo que un artista hace unos siglos ya hizo. Sólo estamos atrapando algo que un artista quiso mostrarnos: el dolor, la muerte, el sufrimiento. Es pues muy sencillo.
Pero también podríamos haber hecho una fotografía de cuerpo entero, con una lejanía mayor, con menos detalle o incluso desenfocando ligeramente las heridas, podríamos haber oscurecido la sangre y dotar de más color carne al cuerpo, incluso elegir una posición fotográfica más cenital para no ver la mirada de muerte del cadáver o haber desaturando la sangre que le sale de la boca. Serían pues dos imágenes diferentes, para dos públicos distintos, con dos motivaciones distintas, y que ambas son elegidas por la persona que hace la fotografía. Ella es la que elige qué vamos a ver los demás.
Curiosamente el visitante católico actual no desea un morbo muy fuerte con la muerte de Cristo, tan remarcado como el que se deseaba en los siglos XVII y XVIII con una escultura barroca que mezclaba la naturalidad con los desnudos del cuerpo humano y la religiosidad obligada por la contrarreforma. El fervor religioso se intentaba lograr (atrapar) a través de la representación real del dolor.