La seguridad deseada y la inseguridad percibida nos lleva a sembrar y regar guardias con el amparo de la ley que no pisa las calles, pues se ensucian los botines.
Regamos guardias para que crezcan sanos y fuertes entre las hierbas de las calles.
Lo malo es cuando en las calles no hay hierbas, sino pobreza e indignidad social.
Si las personas que circulan por las calles pasan hambre o no tienen donde dormir, sembrar guardias sirve de poco.