Aquella abeja soplona no tenía cara, no poseía boca y por ello nunca sabías si estaba alegre o triste. Pero cumplía muy bien su papel de soplona. Lanzaba dardos envenenados contra sus enemigos y dardos dulces y suaves contra sus amigos. Repartía regalos o castigos, y nunca logramos intuir si lo hacía de forma alegre o circunspecta. Era una abeja soplona, pero para nosotros era una abeja amiga.
Nota.: La imagen es del Centro de Historias de Zaragoza, de la exposición "Jardín ilustrado" realizado por el Proyecto Cierzo formado por 11 mujeres aragonesas.