La puerta estaba cerrada pero la chica de labios morados me miró fijamente con ganas de que me acercara a ella.
La puerta estaba disimulada aunque había un timbre para intentarlo.
Me dio miedo pues su mirada era excesiva.
A la tarde siguiente ella no estaba, la puerta abierta enseñaba unas escaleras que llevaban al infierno.
Pero ella no estaba.
En su lugar un portento de cuadrado en forma de hombre corpulento me llamó la atención.
Pero no había color.
Nunca supe qué había debajo.