Dibujar es muy fácil y relajante, reproducir en un
papel algo que tenga un parecido con la realidad ya es más complejo. Pero
dibujar no siempre es eso, no todos tenemos esa facilidad maravillosa de
algunos, para con cuatro líneas o con el trabajo de todo un día cuadran en
proporciones, sombras y luces un objeto real hasta casi convertirlo en una
fotografía.
La verdad es que de niños todos sabemos
dibujar y todos disfrutamos con el dibujo. Nunca de niños criticamos nuestros
propios dibujos, los admitimos como maravillosos pues sobre todo es un juego y
una buena manera de relajarnos. Dibujar es escribir sin letras.
Pero cuando escuchamos opiniones ajenas y
estas nos empiezan a importar, es entonces y no antes, cuando empezamos a
pensar que no sabemos dibujar y que es mejor no continuar con el dibujo. Nos
están matando nuestra particular manera de ver y trasmitir, de plasmar en una
hoja lo que creemos ver, lo que nuestra mano nos lleva a realizar.
Hay dibujos de Goya mal proporcionados,
pero eso no les quita acción, capacidad de trasmitir una bella o dolorosa
escena, incluso a veces con el convencimiento de que sus proporciones están mal
realizadas a propósito.
Para dibujar lo más importante, casi lo
único, es que quieras dibujar. Lo demás, en serio, sobra. Y dibujar es
depositar trazos sobre una base, líneas o manchas, garabatos o collages, con un
lápiz o con un dedo, con un pincelo o con un trozo de esponja, con un ratón de
ordenador o con un bolígrafo Bic.
Es muy fácil dibujar, es simplemente trazar sobre
un material aquello que te apetece trazar. Y sin enseñarlo a nadie, analizarlo
y ver si lo puedes mejorar o no, si has logrado hacer aquello que querías. La
primera vez que hagas una gaviota te quedará mil veces peor que la número cien.
Pero si no haces la primera nunca verás hacer la número 101.