A la dama de la noche se le hizo de día recogiéndose hacia su casa. Iba de blanco letal, de blanco miedo, de luz reflectante para distinguirse de las damas de día, que siempre van de colores y se disuelven por la noche en busca de aletargados hombres de sexo. Se movía rápida, sujetando su andar para que no se le cayera ningún trozo de su papel blanco cal. No tenía semblante pues le habían restado la boca en algún movimiento extraño durante la noche. Una mujer sin boca ya no es nadie pues pierde la sonrisa.