El ojo de la puerta me miraba de reojo.
No es que lo intentara cerrar, es que miraba ladeadamente.
Como enfocando solo al suelo más cercano.
Como intuí que no me veía me acerqué y me puse a su lado.
Entonces vi los restos de colores viejos en la puerta.
Tras aquel ojo vacío solo se intuía el fondo negro.
Era un ojo obstruido, sin terminar de vaciarse, como muerto y seco pero sin finalizar su camino a la luz.
Era un amago de ojo sin sentido.
No tenía ni la belleza de los calvos oxidados.