Movía sus pequeños ojos saltones de arriba abajo buscando donde hacerme más daño, cómo pillar mis dedos con sus pinzas para apretar hasta doler.
Yo acercaba un dedo, el más duro, pero enseguida me asustaba con sus rápidos movimientos.
Al final, el cangrejo de papel doblado tuvo un descuido y logré agarrarlo por detrás. Cocido en salsa picante me resulto ligeramente seco, basto, soso.
El papel llevaba excesiva goma arábiga.