La cruz que tacha puede indicar varias cosas, y tal vez los que la hicieron sentían envidia o celos, o tal vez eran enemigos de los amigos, pero suena a amor roto.
El corazón y las letras grabados sobre la piel del árbol son más antiguos que la cruz, pues sus cicatrices están más rugosas, tienen más años. En cambio las líneas que cortan se ven hechas con fuerza e ímpetu, son más recientes y todavía no están siendo asimiladas por el propio árbol.
Me imagino a los dos jóvenes que por separado todavía de vez en cuando pasean en busca de su árbol y se encuentran con el recuerdo y puede que sufran o que sonrían.
Los amores no deben ser eternos, es una de sus mayores ventajas para que así tengan el valor que deseamos que tengan en cada momento. Sólo sabiendo que no son eternos los cuidaremos y los podremos disfrutar más cada vez que los tengamos cerca o dentro. Algo que es ya para siempre no se valora igual que si sabemos que es algo posiblemente pasajero y que depende de nosotros el que dure más o se soporte menos.
El olmo es un testigo mudo de aquel amor, guarda en su tronco la mano apoyada de unos futuros que igual no se cumplieron, pero conserva la historia, incluso la del propio árbol pues las letras están hoy a casi a dos metros de altura. También el árbol creció con el amor a cuestas.