La gaviota se quedó quieta delante de mi paseo por la playa. Andaba, volaba poco, pero estaba herida en una ala. La mañana era fría y gris, apagada de sol, de invierno. Y ella se tumbó sobre la húmeda arena en busca de descanso o de cura. Cuando me acerqué ella no quiso moverse e incluso al llamarla giró su cabeza, mi miró y posó tranquilamente. Creo que buscaba ayuda y yo no se la podía dar. Me intenté acercar más para consolarla pero se levantó y ando rápido, tal vez escapando de un animal como yo, parecido al que la dejó herida.