Para vigilar, nada como mirar desde lo alto. Era la vigilante del parque, la que oteaba desde arriba quien entraba y salía, quien tenía buena sensación y quien venía con ganas de estropear.
A veces se movía desde su trono en busca de mejores vistas o para intuir lo que podría suceder si las visitas no se comportaban.
Sus gritos delataban a los incorrectos.