Hasta que me las llevé en el bolsillo, eran las paredes de un ascensor metálico afectadas de los óxidos del agua de la lluvia en Teruel.
Pero habían cobrado una vida especial, unos movimientos nuevos, unas sensaciones decorativas que antes no tenían.
Las manchas tenían un sentido anónimo y el ascensor seguía funcionando sin saberlo.
Me encantaros los inicios de los violetas chocando con los óxidos limpios.