Hay dos
maneras de ver y disfrutar la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona. Una de lejos y
la otra de cerca.
Pero cuando digo “de lejos” me estoy refiriendo a verla desde
cinco o diez metros de distancia, observando sus columnas, la estructura, su
selva natural de piedra del interior, su rebuscada forma de envolver al
visitante. Y cuando digo “de cerca” me refiero a los centímetros, a las figuras
individuales, a los rostros y miradas, que aunque sean cubistas o deformes,
trascienden perfectamente lo que quieren comunicar, por sus gestos, sus
miradas, sus posiciones.
La Sagrada Familia de Barcelona es para contemplarla con mucha calma, para adivinar y sospechar, para haber leído antes qué se quería hacer y justificar lo que se ha realzado. Es una enorme obra de Arte que deja entrar en su interior para formar parte de ella.