Cabalgaban, se movían sin ser vistas, se abrazaban, resurgían desde la selva del arbusto diminuto en contraprestación a los blancos de las flores. Se miraban.
Nada contrasta más que los movimientos quietos de colores vivos. Las flores blancas observaban y las raspas naranjas y rojas bailaban a su son sin importarles quien las miraba. Debía ser la libertad.