No todos los pintores logran hacerse muy famosos para el
gran público por sus trabajos, y posiblemente el caso del toledano Manuel de
Gracia sea uno de ellos, aun con su gran obra y su excelente trabajo
paisajístico, diferente en colores, en planteamientos pictóricos.
Iniciado en el Arte en el seminario de Toledo, lo abandona a los 16 años, dedicándose desde entonces de
lleno a la pintura, aunque ayuda a su padre, que es albañil en sus trabajo así
como en un almacén de madera sin dejar ya nunca de seguir pintando.
A los diecinueve años viaja a Madrid, y para subsistir
trabaja como pintor de paredes, mientras asiste a las clases del Círculo de
Bellas Artes.
Tras una etapa compleja, Manuel de
Gracia realiza su primer viaje a París,
donde reside durante algún tiempo, regresando a España a principios de 1963,
teniendo que trabajar en la realización de cartelones de cine durante nueve
años, aunque esto no le impide exponer por primera vez en la sala Toisón, y más
tarde expone individualmente en la galería Eureka en Valladolid y en Santander.
En 1973 es galardonado con el Premio de África y recibe una
Pensión para viajar al Sáhara, donde reside y tras un largo viaje por Holanda,
Bélgica y Francia, su pintura se deja ganar por el impresionismo, que el pintor
cultiva con especial talento.
Desde 1975 hasta hoy ha llevado a cabo numerosas
exposiciones en distintas ciudades españolas, con especial presencia en el País
Vasco y en Madrid, además de participar en importantes muestras colectivas en
Estados Unidos, Suiza, Francia, Austria, Malta, etc.
Su obra, fundamentalmente dedicada al paisaje, alcanza una
serena belleza, tras la que se esconde un profundo dominio técnico y una
exquisita sensibilidad. Sus obras nos llevan al impresionismo parisino, a los
cuadros muy trabajados con pinceladas que van configurando una gran obra de
forma lenta pero totalmente clara y segura.