La pasión que
tenía Francisco de Goya por Velázquez era conocida e inmensa, pues reconocía en
él una manera de pintar nobles y reyes que no era la simple copia de unos
rostros con los añadidos de unos vestidos reales, sino que Velázquez había convertido
los cuadros en ambientes, en pequeñas o grandes historias, en donde lo que
envolvía la obra era muchas veces tan importante o más que la propia figura de
la realeza.
En el año
1778, Goya creo una serie de grabados que reproducían la colección de obras de
Velázquez, de sus retratos reales o de sus séquitos, y entre ellos una copia de
Las Meninas, considerada como una obra única.
Goya supo captar
bien la mirada de la infanta, pero al pasar al blanco y negro y a la técnica
del grabado, se pierde en la obra gran parte de su profundidad, de su
dramatismo de conjunto. Queda inevitablemente plana la estampa y de alguna manera
el propio Goya se percató de que era imposible reproducir la obra de Velázquez
con grabados, pues aquella colección de 21 aguafuertes quedó suspendida tras
solo 11 grabados publicados.
Es una obra
considera grande, de unos 30 x 40 centímetros, al aguafuerte, punta seca,
ruleta, y aguatinta.