Vemos aquí un retrato majestuoso donde el clérigo Justino de Neve y un simpático perro que le mira fijamente se perpetúa en un hermoso cuadro de Bartolomé Estaban Murillo. Mira Justino de Neve al visitante de modo cortés con humildad pero dando cuenta de su elevada condición social y cultural.
Con esta obra, el pintor Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617 – 1682) agradeció a Justino de Neve, adinerado canónigo de la catedral de Sevilla, todas las obras encargadas por el para colecciones privadas o para iglesias, que le permitieron alzarse como uno de los mejores pintores de la historia del arte español.
Fruto de esa relación de mecenazgo nacieron, en el decenio que transcurre entre 1660 y 1670, varias de las mejores obras del artista: la Inmaculada Concepción de los Venerables Sacerdotes, los lienzos para Santa María la Blanca o la Muchacha con flores.
Una alianza que el Museo del Prado recupera hasta el próximo 20 de septiembre y que permite al visitante un viaje en el tiempo a la Sevilla del Barroco, altiva, escéptica, bella y sensual.
El broche de oro a esta exposición, que ha costado más de 10 años de trabajo al comisario Gabriele Finaldi, director adjunto del Prado, lo pone un cuadro nunca visto antes por el gran público: el San Pedro penitente. Un lienzo en el que San Pedro está retratado ante la entrada de una cueva con la mirada hacia lo alto y las manos unidas en oración disculpándose por la tercera negación a Cristo.
Esta obra fue confiscada en la invasión napoleónica y terminó en manos de un particular en Inglaterra. La exposición trae a colación la importancia del mecenazgo para los artistas en una época en la que el Estado moderno y primitivo del siglo XVII dejaba en manos de aristócratas, clérigos y una incipiente burguesía la financiación de la cultura.